La
muerte de la autora
por
Celestina Farroni
La Galería
eSTUDIOG alberga desde principios de abril la exposición de la
artista plástica rosarina Federica López.
En ella, el gesto
mínimo se convierte en una especie de ciudadela compuesta por
módulos de madera. Todos tienen diferentes escalas, pero comparten
los tintes. Presentan un patrón de rayas de colores. Rayas que
obligan a que la vista ascienda. Marrón, azul, marrón nuevamente,
mostaza, y así se suceden para luego incluir un rosa y un celeste
pastel.
La idea de lo
recurrente flota en la sala: se repite la figura del prisma
rectangular, se repiten los tintes, y se repiten pequeños subgrupos.
Hay una sola columna que pareciera sostener el altillo de la galería.
Pero no se la percibe rígida o dura como sería una viga, sigue
teniendo un componente sensible. Hay algo en los tintes pasteles y en
la disposición de las columnas que nos habla de lo blando: no nos
sentimos solos, estamos rodeados, protegidos. Aunque se trate de
formas geométricas, de pintura plana y no podamos reconocer una
figura ni anclar un sentido mediante el título- ausente, se
sospecha, de forma premeditada- no lo sentimos frío.
Lo sensible en
Federica López no es evidente, sus instalaciones no suelen aportar
muchos datos al espectador. Opera una evasión a la obviedad. Algunas
obras anteriores llevan nombres, en este caso se trata de un S/T.
Son instalaciones que se le presentan al espectador para que éste
cierre su significado. Al recorrer eSTUDIOG se pueden arriesgar
diferentes posibles: representa una urbe, una distopía, ¿o son
ruinas?. Quizás sea una reflexión sobre los elementos plásticos
mínimos (punto, línea, plano). Ese rasgo es imposible de saltear.
Hay una bidimensionalidad muy presente aunque se trate de objetos
tridimensionales en un site-specific (instalación pensada
específicamente para el espacio elegido). La pincelada cuidada
aumenta esta idea de franjas, rayas, como si fuese el estampado de
una remera de algodón.
Se puede intuir
que un mecanismo en la obra de Federica es el desapegarse del objeto
terminado para arrojarlo al espacio, y que cada quien saque sus
propias conclusiones. No es anonimato ni desinterés: es una voluntad
clara de empoderar a quien mira para que se encargue de sacar los
velos semánticos que prefiera. Como si la conexión de ella con el
sentido de la obra fuese privada y anterior a la manufactura.
Lo expresivo está
en la idea, y lo controlado en el manejo de la materia. El
interrogante final que nos deja al alejarnos es: ¿qué se busca
reforzar con estas repeticiones?
Fotografías: Majo Badra